jueves, 1 de noviembre de 2012

Versos para un noviembre

Acaso estabas sencillamente muerto, y solo.
Quizás entornaste los antes abiertos ojos.
Tal vez con dedos de sueño tanteaste la oscuridad
y recogiste en las yemas angustiosa ausencia.
Recorriste un reloj de minutos dormidos, y solos.
El tic-tac iba y venía sin latidos.
Jugaba tu cuerpo a ser camino, vagando al aire.
Llegó el caballo, y su jinete.
Te buscó desde siempre y te halló, ya solo.
Tu cremallera de dientes se rompió dejándote abierto, y solo.
Apenas dio tiempo a los labios
a ofrecerse el último beso.
Un arado de uñas labró por última vez tu cara,
ni un dolor brotó ya de los surcos.
La sangre se remansó al fin en tus venas.
Acudió a tus oídos la atonal melodía
que deshace la carne hasta el átomo de tierra.
Erguido, velando recuerdos, y solo,
se empañaron los ojos de ausencia.
Lloró desnuda el alma, humillada
como un quijote sin montura.
El corazón me huyó de la boca, y solo,
para conducirte cabizbajo de la mano,
del apretado racimo de tus dedos,
amortajados de pellejo endurecido como papiro,
¡Con la de pechos que amasaron!
Entre esta tierra, seca de llantos, y solos,
y aquel cielo, húmedo de silencios, también solos,
trepa y se alarga tu vida peregrina.
El relámpago cálcico de tus huesos
sigiloso se dispara y quiebra
en una tormenta humana de velos y claveles,
de crucifijos haciendo en nuestra garganta un nudo;
crespones en pedestales de rezo, de lástima
y olvido.
Me duele a mí solo
el dolor que para tantos dejas.
No pretendo repartirlo.
Con la herida en carne viva de un beso
te anillo furtivamente el tobillo izquierdo,
como se marca un palomo o un vencejo.
Podré seguir sin que me veas
la celeste línea rota de tu vuelo.
Con ausente equipaje de medianoche,
Sin maleta pequeña ni muda alguna,
te fuiste a oscuras por la bruma, y solo,
con la niebla cubriéndote la espalda.
Te lloró Saturno universo abajo
y humedeció de ingrávida quietud tu esqueleto,
un velero de calcio y fósforo abriendo el cielo.
Un ciprés del camposanto, mudo y solo.
beberá tu sangre hasta quedar ebrio
y llevará el polvo, finísimo e insignificante,
a vestir con sábana de viejo tus libros y retratos.
El mismo polvo devorará de tu vientre el terciopelo.
Ahora que ocupo tu vacío
me miran los árboles con cuchillos de silencio.
Orean sus hojas en el filo de las ramas,
ocultos por tu mano en pleno vuelo.
¿Aguardan en vano que regreses,
o esperan madurar sobre mi cuello?

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