lunes, 15 de octubre de 2012

XIX - El cuentista del círculo vicioso



La canícula de julio se dejaba sentir en el campus complutense, donde
se desarrollaban varios cursos de verano. A la entrada del salón de
actos, una pequeña mesa se vestía de largo con una tela azul celeste.
Sobre ella, tres montoncitos de dípticos con el programa del curso “Del
escritor al lector: creación y difusión de la literatura”. Era el último día
de curso, donde la directora de la Biblioteca Nacional disertaba sobre el
presente  y futuro del libro. Junto a los dípticos, un ejemplar de Eros y Tanatos

esperaba. Un murmullo comenzó a rodear la mesita vestida de largo. Había terminado el curso y los asistentes salían ordenados y
bulliciosos. Un hombre de mediana edad, vestido con traje de chaqueta
color claro, se detuvo ante el libro. Lo cogió con sus manos regordetas
mientras leía la nota escrita en su cubierta: Soy un libro que busca a su


autora, llévame hacia ella.

Miró alrededor, como si esperara ser observado, hojeó el libro y cuando se convenció que sólo era eso, un
libro, lo guardó en el bolsillo de su chaqueta. El hombre de manos
regordetas salió del campus, paró un taxi, pidió que lo llevara a unos
conocidos grandes almacenes y allí compró algunos regalos para los
suyos. La noche llegaba a Madrid cuando él entraba por la puerta del
hotel. Cenó de forma ligera, tomó una ducha y, ya en la cama, llamó por
teléfono a su esposa. La conversación fue normal en un matrimonio,
hizo un repaso de la jornada, anunció su vuelta a casa para el día
siguiente y le deseó un feliz descanso. Se dijeron algunas cosas íntimas,
pero sobran en este relato.

Después de recoger su maleta y comer algo ligero en la cafetería, un
nuevo taxi lo acercó hasta la terminal del aeropuerto de Barajas. Tomó
asiento mientras abrían los mostradores de Aeroméxico para facturar el
equipaje. Sus ojos iban de acá para allá, como dos mariposas.
Aleteaban delante de la pantalla que mostraba las siguientes salidas, se
pegaban a los cristales de las tiendas de recuerdos, observaban cómo
su reloj pasaba apenas del mediodía y se posaron sobre un bulto que
permanecía muy quieto en el asiento contiguo al suyo. No podía creer lo
que veía. Como si fuera una aparición o una tomadura de pelo, un
pequeño libro, igual al encontrado en la universidad el día anterior,
llevaba una nota escrita:
Soy un libro que busca a su autora, llévame hacia ella.
Otro ejemplar de Eros y Tanatos. Volvió a mirar hacía todos
lados esperando encontrar el objeto de la broma. Es posible que fuera
un programa de esos de cámara oculta, tan de moda. Todo era un
rápido circular de viajeros, azafatas y personal del aeropuerto. Nadie
parecía dedicar su tiempo a esperar que un desconocido levantara un
libro de un asiento. Tomó el volumen entre sus manos regordetas y lo
miró con detenimiento. No era persona que dejara pasar la oportunidad
de tomar un libro así. Nada más llegar al DF se acercaría a comprar un
boleto de lotería del 30x30, no le vendrían nada mal unos millones de
pesos, parecía que estaba en racha de buena suerte. Su cara se sonrió
al pensar lo que opinaría su hijo cuando se lo contara, ardiente
defensor, como era, de que las casualidades no existen.

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