Busco entre las vetas de mármol
las viejas palabras de vuestro epitafio,
escarbo con los dedos en las motas de polvo
que envuelven vuestras mortajas.
Sólo enfrenta mis oídos la voz del viento,
enfurecida, eso sí, por siglos.
Volvió la pescadilla a morderse la cola
como la historia a pisarnos los talones.
Mientras agosten los trigos en Castilla,
no se os puede dar por muertos.
El dorado de la
espiga os convoca, Comuneros.
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