jueves, 11 de octubre de 2012

XV - El cuentista del círculo vicioso



Como en la vida de cualquier actor, me enfrentaba a un nuevo estreno, en la

plaza de siempre, ante la gente de casi siempre, pero con una nueva historia y un

flamante disfraz de jinete descabezado. Cuando el público rondaba el centenar de

personas, inicié mi relato.

Lo que van a escuchar ocurrió de verás... o quizá no. No lo sabrán ustedes

nunca, ésa al menos es mi intención.

“Vinieron al mundo con doce años de diferencia. Cuando Erasmo nació, ella se

encontraba muy atrás en la infinita fila de almas que aguardaban turno para volver.

Cuando Alina nació, él ya había dado algún quebradero de cabeza a sus padres; había

repetido un curso, se había tronchado un brazo, se había perdido en dos ocasiones por

la playa, había sido tratado de jaquecas de causa desconocida y había demostrado que

el único fin de los mandos a distancia era estamparse contra el suelo. Cuando él nació,

Alina desconocía aún el lugar donde respiraría su primer aire, la calidez de los brazos

que la acunarían tras el primer llanto, qué sonidos iniciales romperían el silencio de sus

oídos, qué imágenes excitarían sus primeras neuronas, apenas intuía que era un alma a

la espera. Cuando ella nació, Erasmo dejó de ser hijo único, abandonó el último puesto

de la clase, desaparecieron sus jaquecas igual que habían sobrevenido, comenzó a

buscarse a sí mismo, dejó de comer carne, los mandos a distancia siguieron huyéndole

de las manos.

Durante los primeros años de vida, la relación entre Alina y Erasmo fue como la

de dos hermanos cualquiera. Celos fraternales de él hacia ella, adoración de ella hacia

él; lo normal. Fue gracias a los libros, a su lectura para ser exactos, que se dieron cuenta

de un fenómeno extraño, o cuanto menos curioso. La incursión de los libros en sus

vidas llegó de la mano de una empresa multinacional fabricante de teléfonos móviles.

Un fuerte reajuste laboral en la corporación, para la que su padre trabajaba desde hacía

más de veinte años, provocó su baja de la plantilla. Le cambiaron trabajo por una

indemnización moderada. La nueva situación forzó al matrimonio a efectuar una de

esas apuestas que toda familia está condenada a hacer una vez en su vida. Invirtieron el

dinero del despido en sacar adelante un pequeño negocio de papelería y librería. Como

la indemnización no alcanzaba a cubrir el presupuesto de la puesta en marcha del

negocio, debieron realizar una segunda apuesta. Vendieron su coqueto chalet adosado a

muy buen precio, aprovechando la vergonzosa hinchazón de la burbuja inmobiliaria y

fueron a instalarse en un pequeño apartamento. Su menor coste favoreció poder

dedicar la plusvalía al incipiente negocio. Este forzoso cambio propició que Alina

tuviera que compartir cuarto con Erasmo. No supuso ningún problema, más bien lo

contrario. Las baldosas del suelo eran compartidas por ambos. Una cama a cada lado

de la habitación indicaba ya la división de la estancia como dos hemisferios cerebrales.

Las paredes se vestían del género e inclinaciones de cada uno, con superficies de

transición completamente neutras; por uno de los lados, una ventana; por el otro, una

mesa alargada donde ambos estudiaban. Era la ventana los ojos a través de los cuales

veían el mundo en la mañana. El edificio daba a un frondoso parque, que en invierno


parecía infinito debido a la neblina. La pared de ese lado se hallaba empapelada con

carteles de sus películas favoritas, en eso coincidían.

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