viernes, 12 de octubre de 2012

XVI - El cuentista del círculo vicioso

Eran hermanos, pero su aspecto físico no mostraba parecidos que
los identificaran, como dedos de una mano, los cinco naciendo del
mismo sitio, ninguno de ellos igual. Ella era muy alta para su edad, él
se mantenía en las medias estadísticas. Alina era de pelo fino y rubio,
con vetas de oro viejo; negro espartano, algo crespo, lucía el de Erasmo.
 
Ambos eran delgados, eso sí; él, debido a su estricta dieta vegetariana;
ella, gracias a la edad. La cara del hermano cambiaba de largas patillas
a perilla, pasando por períodos de barba; la cara de ella parecía más
estable, más imberbe, gracias al cielo. Si en el físico no se parecían, en
el carácter aún menos. Erasmo vivía en la utopía, ella lo hacía en la
realidad; en una realidad de dieciséis años, pero realidad al fin y al
cabo. Por separado, eran dos personas normales y corrientes. Sus
cualidades no sobresalían ni por arriba ni por abajo de las dos rayas
que marcaban lo convencional, como aquellas en que aprendimos a
escribir de niños para adoptar el mismo tamaño de letra que los demás.
Sin embargo, cuando Erasmo y Alina leían algo en común, los
resultados brincaban por encima de los límites que imponían las rayas.
Juntos se volvían brillantes, como si dos planetas al unirse se
convirtieran en una estrella.

El local donde los padres instalaron la papelería daba a dos
calles. En realidad eran dos locales unidos. Las dos entradas debían
salvar un desnivel cercano a tres metros, la diferencia de alturas de
sendas calles. Se accedía por la calle de arriba, donde se encontraba el
material de papelería. El padre se encargaba de esta zona. Unas
empinadas escaleras conducían a una entreplanta, donde se
encontraban los libros de texto, diccionarios, mapas y libros de viajes.
Un nuevo tramo de escaleras, de igual pendiente, dejaba ya en la zona
de librería más literaria, por diferenciarla de algún modo. En esa zona
se codeaban la novela con el verso, el ensayo con el cómic. Erasmo se
encargaba de gestionar y atender ese rincón de arte y sabiduría.

Cuando la primavera y el verano llegaban con días largos y tardes
agradables, Alina aparecía por la librería a la hora del cierre. Lo hacía
siempre que terminaba un libro. Ese día llegó tan pillada por el tiempo
que Erasmo se hallaba ya recogiendo. No le quedaba tiempo para
perderse por los estantes y elegir lectura. Sobre el pequeño mostrador
descubrió un libro. Eros y Tanatos, escrito por una autora mejicana. Lo tomó en préstamo con intención de acometerlo. Cuando ya se marchaban, Erasmo echó en falta el libro. Lo vio acunado en los brazos de su hermana y, aunque vegetariano, se lo arrebató con la agilidad deun felino. Erasmo se disculpó por la brusquedad, lo tenía apartado paraél. ¿Y si lo leemos juntos?, preguntó la hermana. Leer un libro a dúo no es un reto al alcance de cualquiera. No hablaban de leerlo en alternancia, sino de fluir por sus renglones conjuntamente. Se despidieron de su padre y se encaminaron hacia un parque de generosa y apetecible sombra.

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